Las 7 palabras de la resurrección
- Samuel Hdz. Clemente
- hace 2 horas
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Tradicionalmente, la cristiandad ha reflexionado por siglos en las “Siete Palabras de Cristo en la Cruz”, expresiones que destilan redención, perdón, compasión y victoria en medio del dolor. Pero la historia de la redención no termina en el Calvario. El Evangelio no culmina con una tumba cerrada, sino con una tumba vacía. Si la cruz es el altar del sacrificio, la resurrección es el trono de la victoria.
Sin la resurrección, el cristianismo colapsa, queda expuesto como un mito, como una leyenda o cuento, porque “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Corintios 15:17). Pero Cristo resucitó, y esa verdad no sólo asegura nuestra justificación, sino que también da firmeza a nuestra esperanza. El mismo Jesús que murió, ahora vive, y habló. Por tanto, así como meditamos en sus palabras en la cruz, debemos meditar con gozo reverente en lo que dijo después de resucitar. Cada una de sus palabras resucitadas refleja una faceta de su gloria, un destello de esperanza y un llamado a responder con devoción y sumisión.
Veamos entonces LAS SIETE PALABRAS DE LA RESURRECCIÓN.
1. “¿POR QUÉ LLORAS?” – Una palabra de empatía
Juan 20:14-15
La primera palabra que el Cristo resucitado dirige no es una proclamación, ni una orden, ni una declaración teológica: es una pregunta. “¿Por qué lloras?” le dice a María Magdalena. No porque no supiera la razón, sino porque su corazón tierno quería invitarla a mirar más allá del sepulcro.
Este Cristo vivo no es insensible a nuestras lágrimas. Aun glorificado, no deja de ser el Pastor compasivo. La resurrección no lo hizo menos humano; la hizo el perfecto intercesor que comprende nuestras penas. A quienes lloran por pérdidas, por pecados, por esperas, el Cristo resucitado se acerca y pregunta: “¿Por qué lloras, si Yo estoy vivo?”.
Esta palabra nos recuerda que nuestra tristeza no es final, y que Cristo no está lejos de nuestro dolor. La resurrección no niega el llanto, pero sí nos asegura que el llanto no tiene la última palabra.
2. “VE A MIS HERMANOS... SUBO A MI PADRE Y VUESTRO PADRE” – Una palabra de amistad
Juan 20:17
Jesús, en lugar de dirigirse a sus discípulos con reproche por haber huido, los llama “mis hermanos”. ¡Qué sublime gracia! La resurrección no sólo prueba su poder, sino que sella nuestra adopción.
Gracias a la obra consumada en la cruz y confirmada en la tumba vacía, ahora tenemos acceso a Dios como nuestro Padre. Ya no como extraños o siervos, sino como familia. Y la familia de Cristo comparte un mismo Padre celestial.
Esta palabra nos llama a vivir como hermanos, no como rivales; como hijos adoptados, no como huérfanos espirituales. El Cristo resucitado no nos deja solos: nos coloca en la comunión de los santos.
3. “PAZ A VOSOTROS” – Una palabra de consolación
Juan 20:19-20
Con las puertas cerradas y el corazón lleno de temor, los discípulos reciben esta gloriosa proclamación: “Paz a vosotros”. La guerra espiritual, el conflicto cósmico entre Dios y el hombre, fue resuelto en la cruz y confirmado por la resurrección.
La serpiente fue aplastada, la deuda fue cancelada, la muerte vencida. Y ahora, la paz es anunciada no como deseo, sino como realidad. La paz sea con vosotros, dice el Cristo resucitado, porque Él es nuestra paz (Efesios 2:14).
Esta palabra calma nuestros temores, disipa nuestras dudas, y nos recuerda que el que vive reina. La paz no depende de las circunstancias, sino de la presencia viva de Cristo.
4. “YO OS ENVÍO” – Un llamado a la misión
Juan 20:21-22
La resurrección no es solo victoria, es comisión. El Cristo que venció a la muerte envía a sus discípulos al mundo con el mensaje de vida. Así como el Padre lo envió, Él nos envía.
La misión de la iglesia nace del sepulcro vacío. No predicamos una religión, sino un Cristo resucitado. No somos emisarios de ideas, sino testigos de un hecho glorioso: ¡Él vive!. Y junto a este envío, Cristo sopla y da el Espíritu Santo, porque la obra misionera es espiritual y sobrenatural.
Esta palabra nos desafía a salir de nuestros encierros y a anunciar al mundo la esperanza del Evangelio. Un cristiano que cree en la resurrección, no puede callar.
5. “¿ME AMAS?” – Una palabra de confrontación
Juan 21:15
Frente al mar, con el recuerdo fresco de la negación, Pedro es confrontado. Tres veces negó, tres veces es interrogado: “¿Me amas?”. No es que Jesús dude del afecto de Pedro, sino que quiere restaurarlo.
La resurrección no es evasión del pasado, es redención del pasado. Cristo no ignora nuestras fallas, pero tampoco se deleita en castigarnos. Él restaura con gracia y confronta con amor. Y cada creyente, tarde o temprano, debe oír esta pregunta: “¿Me amas más que a estos?”.
Esta palabra nos invita a examinar la autenticidad de nuestro amor a Cristo. ¿Es un amor con reservas o un amor rendido? ¿Amamos al Resucitado más que al mundo?
6. “APACIENTA MIS OVEJAS” – Un encargo congregacional
Juan 21:17
El amor restaurado no es fin en sí mismo, es medio para el servicio. El Cristo resucitado encomienda a Pedro y, por extensión, a los pastores fieles: “Apacienta mis ovejas”.
El rebaño de Cristo no es un club social ni una audiencia de entretenimiento. Es una congregación de redimidos que necesita ser alimentada con la Palabra. Donde el Cristo resucitado reina, su voz debe ser escuchada, su doctrina predicada, su Evangelio expuesto.
Esta palabra nos recuerda que si somos ovejas de Cristo, debemos desear el alimento de su Palabra, y si somos líderes, debemos ofrecer ese alimento con fidelidad.
7. “SÍGUEME TÚ” – Una palabra de exhortación
Juan 21:19-22
Pedro, en su carácter impulsivo, se distrae con el destino de otro discípulo. Pero Jesús lo corrige con claridad: “Sígueme tú”. La resurrección no anula la responsabilidad personal; la intensifica.
Seguir al Cristo resucitado implica fidelidad diaria, no curiosidad por la vida de otros. No todos tendrán el mismo camino, pero todos tenemos el mismo llamado: seguirle a Él. En un mundo lleno de distracciones, voces y comparaciones, el Resucitado nos dice: “Sígueme tú”.
Esta palabra nos exhorta a poner los ojos en Jesús y correr con paciencia la carrera. No importa quién va adelante, quién se detuvo o quién se desvió. Nuestro llamado es fijar los ojos en el Autor y Consumador de la fe (Hebreos 12:2).
VIVAMOS A LA LUZ DE LA TUMBA VACÍA
Estas siete palabras no son meros registros históricos. Son ecos vivos de la voz del Cristo resucitado, que sigue hablando a su iglesia hoy. Cada palabra nos recuerda que la resurrección no es sólo un evento, sino un llamado a una vida nueva.
Él ve nuestras lágrimas y las enjuga.
Nos llama hermanos y nos da un Padre.
Nos ofrece paz verdadera.
Nos envía al mundo con su Espíritu.
Confronta nuestro corazón y restaura nuestra alma.
Encomienda su iglesia para ser alimentada.
Y nos llama, cada día, a seguirle sin distraernos.
Hoy existen muchas religiones,
demasiados discursos y filosofías,
pululan ritos y supersticiones,
rumores, leyendas y utopías;
Pero no abundan las tumbas vacías;
solo Cristo ha salido invicto de la cripta.
He ahí el punto en que convergen
esperanza, verdad y vida.
¡Aleluya! Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado! Y sus palabras siguen siendo vida para los que creen.
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